Para Melina, que se lo prometí
Hablamos porque perdimos la totalidad al nacer; si pudiéramos fundirnos con la realidad, no necesitaríamos hablar. Es esa etapa en la que los niños aman todo, mucho más allá de lo masculino y lo femenino, aman todo lo existente porque hasta lo que no son personas pertenece a su alma; en esa época ellos sí pueden fundirse con todo, ¡son Dios mismo! Es esa misma etapa en la que no existen pensamientos y el ser es puro sentir.
¡Para qué nació la palabra si sabíamos hacer lo que queríamos!
¡Comenzamos a hablar y dejamos de saber lo que queríamos, pues lo que queremos no tiene nombre!
¡Dichosos los niños que no pretenden las palabras!
¡Y dichosos los niños que son los únicos que saben lo que quieren!
["Sólo los niños aplastan sus narices contra los vidrios" Antoine de Saint Exupéry, El Principito]